jueves, 26 de junio de 2008

Cenicienta

Solo tuvo conciencia de su soledad la tarde de domingo, cuando acompaño al príncipe lunático a ejecutar uno de sus maravillosos planes, nacidos en sus obsesiones privadas por demostrar ser un hombre de verdad.
Fue durante la tarde de aquel domingo, cuando Lorenzo se vio desamparado y olvidado. Al servicio de amores ajenos. Al servicio de doncellas hermosas que solo lo miraban desde la distancia para mostrarle sonrisas preciosas que jamás serian de él. Al servicios de príncipes ilustres que le pedían sabio consejo para conquistar las doncellas vírgenes que solo vivían en los delirios de sus sueños. Y por primera vez anheló el misterio del amor compartido, la magia indescriptible que le podría otorgar un beso al atardecer, o la emoción que le podía ofrecer el vivir sin despertar en medio del silencio de la noche, que se convierte en cómplice del amor eterno. Amor que de la mano del tiempo, va más allá de lo efímero de la belleza y de la razón hasta encontrar un camino que lo lleva a las sendas de lo sublime.
Pero la realidad del presente de Lorenzo, era tan miserable que no le quedo más opción que aceptar con resignación los designios de Dios, que en su providencia lo formó con el único propósito de componer versos de pasión, para el servicio de otros. Para unir historias épicas de amor, que lamentablemente terminaban muriendo al amanecer de la crisis, cuando la realidad se inmiscuía en la fantasía efímera de los cuentos de hadas y terminaba echando todo a perder.
De esta manera Lorenzo se sentía tan ajeno al mundo del príncipe, tan lejano a sus realidades y deseos, que aquel domingo de junio tuvo por primera vez, el deseo incuestionable de desertar del señorío del príncipe y escapar hacia tierras lejanas, donde él fuera un hombre libre con la posibilidad de amar y tener una familia. Aunque esas ideas, no eran más que pensamientos estúpidos, basados en las ilusiones secretas de su corazón y no en las certezas reales de su presente. Él, envuelto de resignación, decidió guardar cada una de esas ilusiones como aliciente de vida para hacerle frente a cada noche que intentara hacer burla de su condición solitaria. El príncipe Juan, Lorenzo su edecán, y toda una comitiva entre oficiales de la guardia real y saltimbanquis circenses que hacían de cada salida del príncipe un carnaval de ensueño, salieron temprano en la mañana del primer domingo de junio, bajo el amparo de un sol lleno de paz que cubrió aquella tierra sin fin. El príncipe se cubrió de gala y esplendor mostrándose más hermoso que de costumbre, con su caminar elegante y altivo que hacía ver el tiempo rendido a sus pies y a sus caprichos infantiles, mientras Lorenzo, su edecán, llevaba un traje limpio pero humilde, tan adecuado a su carácter sencillo y descomplicado. Los dos caminaban de forma rápida y uniforme como lo exigía el protocolo real, aunque con una variante simpática en este cuadro esplendido, ya que el caminar de Lorenzo mostraba una cojera irremediable que había sido causada, durante su infancia, por culpa de su madre, quien lo dejo caer al tratar de escapar de un ataque despiadado de un grupo de maleantes que irrumpieron en su pueblo para robar todo lo valioso que pudieran encontrar, con el serio problema que en aquel pueblo de miserias no había nada digno ni valioso para ser hurtado y al darse cuenta los quince bandidos de esta patética realidad, decidieron prenderle fuego a todas las casitas de pueblo de Lorenzo. continuara...

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