lunes, 21 de abril de 2008

Mi nombre es juan camilo

Mi nombre es Juan Camilo, por el coraje y la buena voluntad de mi madre, que se interpuso con valentía a la testarudez de mi santo abuelo, en la idea imposible de que alguno de sus nietos varones llevara el nombre de su padre muerto. Un nombre con demasiada grandeza e impregnado de gloria, según cuenta él en la exageraciones de su vejez. Pero ni los recursos más infames de persuasión, ni argumentos fatalistas como el de “esta es mi última voluntad” lograron convencer a mi madre de registrarme bajo el amparo de Hugualdino Rivas.

Solo a la luz del tiempo y con el agradecimiento que genera los años, logre entender las razones por las cuales mi madre se enfrento a todo argumento que se levanto, para impedir que mi abuelo prosperara en su cometido. La primera razón, yacía en lo profundo de su corazón, porque ella no lograba entender el homenaje ridículo que mi abuelo quería rendir a un ser tan despreciable como lo fue su abuelo, un viejo insulso y resentido que nunca otorgo un momento memorable de amor para sus hijos y menos para una esposa abnegada, que solo descanso de sus maltratos, una noche de octubre, cuando murió sin explicación alguna en su cama matrimonial, con una vida por delante pero sin el deseo de vivirla.

El viejo Hugualdino, al abuelo sólo le dejo como herencia, la capacidad de trabajar como burro sin más esperanza que un lamentable salario, pero además de esto, también le dejó el machismo característico de los hombres de entonces. Perdidos en el temor recurrente de que sus mujeres, fueran mucho más inteligentes y hasta mas verracas para afrontar la temeridad de la vida, con mas carácter y valentía que ellos mismos. Y eso los asustaba tanto que los llevaba hasta el punto infame de golpearlas como método de amedrentamiento en el sigilo de sus dominios, que con cinismo, llamaban “hogar”.

La segunda razón de mi madre fue mucho más sencilla, pero con demasiada importancia para la grandeza de su corazón. Su hijo debía llevar el honor de un nombre bíblico, para mostrar el agradecimiento a Dios que muy amablemente le dio la bendición de un hijo varón. Muchos años después, cuando le pregunte por qué razón despreciaba la idea de tener una niñita, ella respondió de una manera terminante que silencio cualquier posibilidad de debate. -las mujeres solo vienen a este mundo a sufrir los engaños de los hombre y a parir hijos y eso no es justo. Las mujeres sufrimos toda la vida.- de esta manera comprendí la verdadera valentía que se escondía en los corazones sencillos de las mujeres, que día a día libraban batallas privadas, y en la mayoría de veces salían victoriosas, aunque llevando heridas para siempre.
Fue entonces que por un acuerdo bilateral con mi padre, mi madre escogió el nombre de Juan, en honor al apóstol amado de Jesús y que según ella, debió ser hermoso y brillante. Virtudes que años después su hijo demostraría tener de sobra.


Nací un 7 de junio del 1982, sin ninguna señal en particular para pensar que podría cambiar destinos e ilusiones en vidas ajenas. De niño desperté al mismo tiempo, suspiros de esperanza como de lástima porque algunos, bajo el lente alterado del amor me llegaron a encontrar potencial de genio, mientras los más realista, sentenciaron mi futuro por un problema simple de atención y comprensión, lo cual generaba duros regaños, por decir lo que no debía decir. Por hacer preguntas sueltas y sin sentido. Por meter la cucharada en conversaciones donde nadie me había llamado y dar opiniones tan descabelladas que solo podían generar, un váyase de aquí, no sea metido,
No sea chismoso… esto es una conversación para “adultos”. Pero seguía por ahí, escondido entre muebles y materas, con la única intención de comprender el mundo de los grandes, un mundo que para ser honesto siempre me pareció demasiado triste y desolado.

Todo podía ser perfecto desde mi perspectiva ideal, que no era más que el buen desarrollo la vida desde el cuento infinito de la infancia. Entre los juegos interminables de potrero, entre las guerras fétidas de boñiga de vaca que merecían cuerizas monumentales de nuestras madres, que siempre manejaron la disciplina en una alianza eterna con la correa, entre la barbaridad del primer beso, tan desagradable y cochino que ninguno de nosotros lograba comprender la razón por la cual la gente grande se la pasaba en esas, porque sabía a babas ajenas y a comidas pasadas que era imposible descubrir. Pero nada era suficiente para menguar el espíritu valiente de aquella generación a la cual pertenecí y que a través de los años, olvido la grandeza de ser niños, por la múltiples ocupaciones y responsabilidades que exige, el ser adulto. Continuara....

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola amiguito juan...